miércoles, 6 de octubre de 2010

Tragedia de pesadilla

Artículo publicado por: EL DIARIO DE COAHUILA el 5 de Octubre de 2010

Por: Daniel Valdes

Había gritos y lamentos por todas partes. Era penetrante el olor a carne humana quemada: Samuel Peña Olvera

Samuel Peña Olvera tenía 20 años. Cursaba el cuarto año de la carrera de ingeniero agrónomo en la Escuela Superior de Agricultura Antonio Narro. El 5 de octubre de 1972 fue un despertar diferente y hasta la fecha inolvidable.

Ahora se desempeña como maestro investigador en el Departamento de Suelos de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro.

Lo ocurrido hace 38 años quedó grabado para siempre en su memoria. La tragedia le impidió dormir bien. Eran constantes las pesadillas y durante muchos meses no fue posible comer carne. Lo mismo le pasó a sus compañeros que acudieron como voluntarios a rescatar heridos y muertos en el Puente Moreno.

En ese lugar, alrededor de las 11 de la noche del 5 de octubre de 1972 ocurrió la peor tragedia de que se tenga memoria. Descarriló un tren lleno de peregrinos que venía del Real de Catorce, San Luis Potosí.

Recuerda que en ese entonces "La Narro" estaba militarizada y a las siete de la mañana era normal el llamado a formar filas.

Sin embargo, el seis de octubre de 1972 el toque de corneta fue anticipado. Alrededor de las cinco de la mañana ya estábamos formados y ahí se nos informó sobre un accidente y que debíamos de asistir a prestar ayuda.

En ese entonces no sabíamos la magnitud de la tragedia. Alrededor de 200 estudiantes marchamos al lugar conocido como Puente Moreno. Se agregaron varias camionetas de ingenieros de la escuela.

Al llegar al sitio del accidente todavía no salía el sol. Se veían las sombras de los heridos que corrían por todos lados. Algunos vagones se incendiaban. Había gritos y lamentos por todas partes. Era penetrante el olor a carne humana quemada.

Lo primero, dice, fue organizarnos para auxiliar a los heridos. Subimos a los vagones, que estaban unos arriba de otros. De ahí empezamos a sacar a la gente. Estaban muy golpeados, algunos con fracturas expuestas.

Era mucha la confusión y con los primeros rayos del sol empezamos a sacar muchos cuerpos carbonizados. Los colocamos en unos sacos --parecía que eran de harina-- y los subíamos en camionetas.

El ingeniero comenta que en ese tiempo se dijo que hubo alrededor de 900 muertos. A los estudiantes de La Narro les tocó ver muchos muertos y sacarlos. A la fecha no es posible hacer un cálculo sobre esa cifra.

"Nosotros (los estudiantes) vimos y sacamos mucho más muertos que los reconocidos oficialmente por el gobierno en ese tiempo. Porque llegaron camionetas y ahí metíamos los cuerpos carbonizados", comentó.

Hubo escenas de personas desesperadas que buscaban a sus familiares entre los lesionados y en el interior de los vagones.

Pasaron alrededor de 90 minutos, después de su llegada al lugar del accidente, cuando llegó el Ejército y acordonó la zona. A ellos se les permitió colaborar porque andaban uniformados. En ese tiempo La Narro estaba militarizada.

Fue necesario hacer pozos para llegar a los vagones que estaban enterrados. También llegó maquinaria de ferrocarriles, con la que cortaban el fierro para sacar sobrevivientes.

DOS IMPRESIONES

Fueron tres días de trabajo como voluntarios en el lugar del accidente. Las autoridades de la escuela les llevaron comida, pero nadie tenía apetito o no se les antojó lo que llevaron. El olor a carne quemada y a la sangre fresca por las heridas de la gente fue una impresión muy fuerte. Parecía una carnicería.

En uno de los vagones enterrados estaba una persona que colgaba de cabeza. Estaba prensado por muchos cuerpos que le impedían moverse.

"Él creía que eran asientos, pero en realidad eran muchos cuerpos que estaban sobre él y no pudimos hacer nada para sacarlo. Esa persona estuvo ahí colgada tres días.

"No había manera de sacarlo, si no se cortaban los cuerpos y nadie quería tomar esa decisión. Él estaba consciente y platicaba. No podíamos darle agua porque estaba colgando boca abajo y sólo le humedecíamos los labios con algodones", recuerda.

Varios estudiantes se turnaban para hacerle plática y evitar su desesperación. Pedía una navaja para cortar los asientes y poder liberarse.

Fue como hasta el tercer día. Un médico ordenó cortar los cuerpos. Fueron varios, los estudiantes apoyamos sacando las partes. Es algo que no se olvida, porque el olor era como de carnicería. Lo pudimos sacar, pero al llegar al hospital falleció, por tanto tiempo que estuvo prensado.

Solidaridad y rapiña

En medio de la tragedia, dice, fue posible apreciar la solidaridad humana, porque mucha gente se sumó a la ayuda, pero también hubo algunas personas que aprovecharon la confusión para robar las pertenencias de las víctimas.

Alumnos de La Narro entregaron a una persona a los soldados. Le encontraron un pañuelo con anillos y aretes. Nos dijo que andaba ayudando, pero le pusimos vigilancia, porque sólo le estiraba las manos a los muertos.

Al tercer día, el Ejército les impidió el paso, porque los cuerpos ya empezaban a descomponerse.

La vida continuó en La Narro. Quienes acudimos a ese accidente nos reuníamos en el internado para platicar y poder superar el trauma. A todos nos marcó ver tantos muertos en un solo lugar.

Fuente: www.eldiariodecoahuila.com.mx/notas/2010/10/5/locales-198200.asp

No hay comentarios:

Publicar un comentario